Megalomanía en Estambul

  30 Octubre 2018    Leído: 658
Megalomanía en Estambul

Recep Tayyip Erdogan inauguró ayer su penúltimo proyecto tocado de megalomanía: el mayor aeropuerto de Europa, diseñado para ser el más importante del mundo antes de una década. La obra más faraónica de la historia de Turquía ha consumido 10.000 millones de euros y la vida de una treintena de trabajadores. Un alto precio que sin embargo engrasa los designios globales de una ciudad acostumbrada a unir continentes.

El aeropuerto de Estambul –así de neutro es su nombre, dejando la puerta abierta a que algún día pueda llamarse igual que su promotor– sustituirá dentro de dos meses, en la orilla europea, al aeropuerto Atatürk, que será transformado en un parque.

Es ya la mayor superficie aeroportuaria del mundo bajo un mismo techo y el mayor aeropuerto de nueva planta jamás construido. Dentro de diez años deberá ser el tercer mayor aeropuerto en superficie y el primero en número de pasajeros, doscientos millones, doblando al número uno, Atlanta.

Las previsiones pueden ser optimistas, pero no descabelladas. Turkish Airlines es la línea aérea con mas destinos del mundo y Estambul es la ciudad del globo desde la que se puede volar directamente a más países. Las actuales tres pistas de aterrizaje, dicen, serán seis en el 2023, centenario de la república turca.

El aeropuerto de Estambul ha sido ejecutado por cinco contratistas turcos, que también se comprometieron a pagar veinticinco mil millones de dólares por explotarlo durante veinticinco años. No las fórmulas pero sí la cantidad está siendo renegociad, en un contexto menos boyante. Es dudoso que la terminal de techado vagamente otomano made in London pase a la historia de la arquitectura. En cambio, la torre de control, un estilizado tulipán tecnológico diseñado por Pininfarina podría convertirse en símbolo de la nueva Turquía.


Diseño de la torre de control del nuevo aeropuerto de Estambul (Pininfarina)
El presidente Erdogan, tras aterrizar en el flamante aeropuerto, condujo él mismo, flanqueado por su esposa, el coche eléctrico por la nueva terminal. La inauguración quedó algo deslucida por el boicot de la oposición a que este fuera el único acto del día de la República, que tradicionalmente se celebra con una recepción en Ankara. “Estambul –ha justificado Erdogan– no sólo es la mayor ciudad de Turquía, sino también su mejor marca”.

Sin embargo, la inauguración tuvo un punto de ficción, pese a la fanfarria de estadistas balcánicos y centroasiáticos: Los invitados de fuera tuvieron luego que desplazarse al aeropuerto Atatürk, a 50 kilómetros, o al Sabiha Gökcen, a 90, para volar a sus países.

Y es que el aeropuerto de Estambul es hoy por hoy una caja vacía y solo a partir de mañana empezará a haber algún vuelo simbólico de la aerolínea de bandera. Primero a Ankara y a otras tres ciudades turcas, luego a Bakú y al norte de Chipre. Sólo a partir de enero se producirá el traslado total de todos los vuelos, compañías, comercios y servicios desde el viejo aeropuerto Atatürk, mudanza que se hará en 48 horas de infarto.

“Esta es una victoria sobre las fuerzas que quieren sabotear nuestra economía”, clamaba ayer Erdogan. Después de cuadruplicar la red de metro de Estambul, su ciudad, y de dotarla de un tercer puente sobre el Bósforo y de dos túneles bajo sus aguas –uno para coches y otro para el metro– el nuevo aeropuerto es su broche dorado. Con el permiso de la gran mezquita de Çamlica, a la que dan los últimos toques.

Son los últimos coletazos, porque aunque las grandes infraestructuras ayudaron a Turquía a sortear la crisis, las arcas públicas no dan para más, y la divisa turca vale la mitad que hace dos años. Las actuales dificultades financieras han dado carpetazo al loco proyecto de un túnel submarino para peatones entre Europa y Asia. Y de forma no declarada, también al canal Estambul, que debía replicar el Bósforo. Ahora toca aterrizar. Tanto es así que, si la UE eximiera a los turcos de visado, como exige Erdogan, aquí nadie duda de que los primeros usuarios del nuevo aeropuerto serían los turcos más formados, que marcharían sin billete de vuelta.

lavanguardia.com


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